Lo vi sentado en el fondo del vagón del subte línea B, eran las 6 y 30 de la mañana y había solo 2 personas medio dormidas en todo el lugar, aparte de él y yo. Iba leyendo un libro de Benedetti. Yo venía de mis acostumbradas cacerías. Fue una noche mala. No pude enganchar a nadie, mejor dicho, no me gustó nadie, porque seré lo que seré pero, por lo menos tengo buen gusto y soy muy selectiva.
Tenía pinta de pajarito o de perrito apaleado. Era alto, de ojos chicos, ocultos tras unos poderosos lentes con un marco francamente horrible y llevaba un maletín negro, muy parecido al de los médicos. De espaldas anchas, buenos brazos, piernas... mmmm, muy potentes. Sin embargo, me dió un poco de ternura cuando lo vi. Era como un oso de peluche, grandote y tierno.
Me senté a su lado, obviamente el no levantó la mirada del libro. Iba vestido con un traje gris y una corbata amarilla. Enredé a propósito mi tapado de cuero en su pierna. Él levantó la vista del libro y me deslumbró con una sonrisa. Yo también sonreí con una mueca... tampoco quería que se diera cuenta que me gustaba.
- Perdón - balbuceé de mala gana.
- No es nada... linda - dijo él, ampliando la sonrisa.
Siguió leyendo y yo me quemaba por dentro... ¿qué me hizo este tipo para que yo me ponga así?
Se acercaba la estación que debía bajar y no sabía que hacer, el tipo no se insinuaba y yo no sabía como encararlo... Ja, yo, justo yo... bueno, podía ser que tenia aspecto de intelectual y a mi esos nunca se me dieron, lo mío eran los jovencitos. Jóvenes, inexpertos y un poco estúpidos.
Bueno, allí está mi estación, Pasteur... Me levanto y agarro el pasamanos, en un último intento en parecer sexy. De pronto la mano de él cubre la mía y tengo que levantar la cabeza para mirarlo... El muy maldito debe medir cerca de 1,75. Con mi escaso metro sesenta, me siento una hormiguita a punto de ser pisada.
- Perdón, calculé mal - la sonrisa desmentía el comentario.
- Está bien - fue todo lo que me salió decirle. Era evidente que estaba hecha una imbécil. La cazadora, jajaja, el súcubo, intimidada por un peluche grandote con pinta de rata de biblioteca.
La puerta del vagón se abre y yo bajo, él viene detrás de mí. Subimos la escalera, juntos. Parece que no me viera. Eso me está matando. El tipo es gay o yo ya no soy lo suficientemente atractiva.
Camino por Pasteur y él me sigue de cerca. Pienso "O me está siguiendo o somos vecinos". En realidad nunca lo vi antes. Tampoco yo era de pasearme por el barrio, nunca salía de mi departamento una vez que entraba y cuando tenía cacería usaba el hotel frente a mi casa. Nunca llevé un tipo a mi leonera, no quería que supieran quien era. Muchas veces ni mi nombre les decía. Es fundamental la invisibilidad para un súcubo. A veces tus víctimas se aficionan a vos y entonces, debes poder desaparecer. Generalmente pruebo solo una vez, obvio, no me gusta repetir los platos.
Pasamos por la puerta de la morgue y el tipo entra. Pienso "ja, es del palo, anda entre muertos". Bueno, no es que yo anduviera entre muertos, es que "estoy muerta" (por él), jaja, bueno, evidente que el peluche me puso de muy mal humor.
Entré a mi departamento y busqué la guía telefónica. En cinco minutos ya sabía a que hora saldría el peluchito. Esta cacería me parecía muy atractiva. Estaba fuera de mi terreno y de mi target. Pensaba, "si puedo con éste, realmente podré con cualquiera, tengo que disimular lo que me produce, nada más".
Me desnudé, cerré todas las ventanas y me acosté. El sol de la mañana hace muy mal a mi piel, jeje. Dormí hasta las 4. Mi próxima víctima salía del trabajo a las 6 de la tarde. Busqué algo sencillo pero sexy. Una camiseta corta, sin mangas, unos jeans ajustados y mi tapado negro de cuero. Lentes Versace. Botas de tacos altos (nunca más un tipo me iba a hacer sentir una cucaracha a su lado).
Me senté en una mesa en la calle, en un bar frente de la morgue. Llevé un libro para entretenerme (en realidad, lo usaba de pantalla, de esa manera fingía leer y disimulaba). No se porqué agarré a Mujica Láinez, tiene el poder de abstraerme de la realidad. Me concentré tanto que olvidé totalmente de mi tarea. De pronto, alguien me hace sombra. Levanto la cabeza y lo veo, toda sonrisa. Fingiendo fastidio, vuelvo al libro. El se sienta frente a mí, llama al mozo y le pide dos cervezas.
- ¿Cómo sabes que me gusta la cerveza? - pregunté.
- Lo intuí. A todos los irlandeses les gusta la cerveza.
Sonreí. Otro más que pensaba que descendía de los verdes prados de Eire.
- ¿En que te basas?
- Pelirroja, ojos verdes, blanquísima. Con pecas - dijo señalando mi escote - Bueno, confírmame, ¿sos irlandesa?
- Bueno, digamos que de muy cerca. Me llamo Morgana - "por qué diablos le dije mi verdadero nombre".
- Morgana, nombre raro, muy antiguo.
- A mi padre le gustan los nombres antiguos.
- Yo soy Juan.
El mozo llegó con dos cervezas. Estaban heladísimas y fue un placer beberlas, había empezado el calor. Mientras, me contó que era forense, que le gustaba su trabajo (ja), que era tranquilo y que estaba separado. No tenía hijos y recién había cumplido 39 años.
Yo le conté algunas cosas, no solía hablar de mí, pero ésta era una situación atípica. En realidad, me daba la impresión que él dominaba la situación y no yo. Debía retomar las riendas, sino, el caballo se iba a desbocar y no quería perder la oportunidad con este "cerebrito".
- Vamos a un lugar tranquilo - dijo de pronto -. Vivís cerca, ¿no? Le contesté que si, pero, en lugar de llevarlo al cuchitril de hotel donde efectuaba mis "sacrificios" lo llevé a mi departamento!!
Mientras caminábamos me tomó del hombro. Algo me dijo que tendría que haberlo frenado a tiempo. Pero, creí, ¿qué puede pasar con el oso de peluche? Entramos a mi departamento. Cuando intenté llegar al baño él me lo impidió... El oso de peluche se había convertido. Era un inmenso oso pardo dispuesto a devorarme. Primero me dió abrazo tierno pero lleno de exigencias. Me besó profundamente y yo, como estúpida me dejé llevar. No podía creer que alguien como él pudiera hacerme sentir lo que me hacía sentir. Mis piernas ya no me sostenían. Juan me mantenía en vilo. Mis muslos eran de fuego y estaba totalmente apoyada contra su pecho. Suavemente me guió contra la pared y me aplastó literalmente. Sentía en mi estómago el bulto de su "muelle". Mi mente quedó en blanco. Siglos (realmente siglos) que no sentía algo tan intenso. Mis últimas cacerías habían sido flojas. Bueno, realmente no puede decirse que ésta haya sido una cacería en realidad. La presa fuí yo.
Sin dejar de besarme, me alzó... Ja, me sentí una plumita entre sus brazos... y me llevó a la habitación. Lo que realmente me asombró es que sabía exactamente donde estaba. Como si ya hubiera estado otras veces. Me tiró sobre la cama... Esta crujió en una queja muy seductora a nuestros oídos. Sin darme tiempo a nada, me encontré rodeada de dos tenazas y dos columnas. Usó su corbata amarilla para atarme al respaldo. Solo después se levantó y se acercó el maletín de médico que había dejado olvidado junto a la puerta. Sacó un bisturí y con parsimonia cortó mi camiseta... Eso realmente me excitó. Había encontrado alguien que le gustaba jugar rudo, igual que a mí. No sabía qué esperar y eso me tenía totalmente loca. Por otro lado, era muy difícil que un simple mortal reduzca de esta manera a un súcubo. Entonces comencé a sospechar.
Pero, merece un crédito, hizo algo maravilloso en mí. Me hizo sentir mortal nuevamente.
Luego cortó mi sostén... el mejor que tenía, una belleza de encaje negro traido desde Francia. El bisturí me rozó y él aplicó su boca en el pequeño rasguño. Debajo de esos lentes, sus ojos brillaron. Ojos hermosos, inteligentes, sagaces. Ojos de cazador. Sus colmillos asomaron entre sus labios. Un fogonazo...
Me sacó el pantalón suavemente, como quien pela una fruta, poniendo la boca en mi ombligo, en mi pubis... enloquecedoramente sensual. Gemí y le rogué que siga... él me miró mal.
- No quiero que hables, no quiero volver a oírte.
Sonreí. Igual que yo. El mismo modus operandi. Mordí la almohada y reprimí cualquier señal de placer o de dolor. Era parte del juego. Cuando finalmente me sacó el pantalón descubrió que no llevaba ropa interior. Otra sonrisa deslumbrante y una caricia profunda que afectó mis sentidos de una manera imposible. Me hizo girar sobre mi cuerpo y quedar boca abajo. De pronto sentí un palmetazo... un golpe que me hizo saltar lágrimas (a mí !!, por todos los diablos del infierno). Allí si grité y él sonrió... Me besó la cabeza y me acarició el pelo mientras se desnudaba.
- Quiero sentir la seda de tu piel sobre la mía. Nunca vi una piel más suave, más blanca. Y unos pechos mejor formados. Una diosa, realmente, o un súcubo... - su voz era un susurro, un murmullo... quería que nunca se callara, que me hablara durante horas, días, años...
Siguió hablando... Y yo lo oía... y alternaba caricias con fuertes palmetazos. Hasta que llegó el momento que ya no diferenciaba entre los palmetazos y las caricias. Disfrutaba los golpes y sufría las caricias. Pronto se cansó de golpearme... Me besó el trasero enrojecido. Cada beso era una tortura. Le pedí que siguiera... y él siguió. No sé cuanto tiempo, creo que un siglo completo... entre caricias y besos, me hizo girar nuevamente. Quedé frente a él. Por fin preguntó:
- ¿Sabés lo que es un íncubo?
Reí, con mi mejor risa histérica, claro que lo sabía... jajaja. "Es un demonio", respondí. Y me penetró... entró en mí sin decir nada más... y siguió entrando y saliendo, suave, salvaje, durante horas y horas... yo le pedía piedad... no resistían más mis sentidos exaltados... Mis pezones eran un par de navajas afiladas... mis pechos, dos gigantes lunas llenas... Pero el seguía y seguía. No me penetraba dos veces igual. Unas veces era inexperto... en otras un consumado amante.
De repente, fue un choque de planetas... luces deslumbrantes... Antes que gritara, él me amordazó con su boca, en un beso memorable. Y luego, se deslizó a mi lado. Yo seguía atada, pero demasiado cansada para protestar, cerré los ojos.
Juan siguió acariciándome suavemente... jugando con mi pelo... y me pidió que abriera los ojos. Estuvo un buen rato mirándolos... acariciando mis pestañas con la punta de los dedos... Siguió besándome y alternando caricias con besos a los lugares enrojecidos.
Sin decir una palabra, preparó un baño de espuma. Volvió a la habitación, soltó las ligaduras, me alzó en brazos y me llevó. Yo apoyé mi cabeza en su hombro y deposité un beso suave en su cuello. Lentamente me puso dentro de la bañera, con cariño deslizaba la esponja llena de espuma por mi cuerpo. Es lindo ser una muñeca algunas veces, ser mimada, bañada y no ser siempre la que lleva la batuta. Juan continuaba con su trabajo, como todo un experto.
- Esto es porque te portaste tan bien. Soportaste estoicamente todo...
Yo no dije una palabra... lo miré y él me besó mientras deslizaba la esponja por mi vientre... Cuando finalmente él estaba conforme con el baño, me devolvió a la cama envuelta en una toalla y dedicó media hora a secarme, con mimo, deteniéndose en lugares insospechados.
A la mañana siguiente él se vistió rápido mientras lo observaba desde la cama, todavía envuelta en la toalla. Tomó la corbata y la besó, guardándola en su bolsillo. A modo de despedida, se acercó a mi oído y dijo con voz áspera.
- Tenías razón, somos del mismo palo.
Nos vemos seguido en el subte, pero, nos mantenemos a prudencial distancia. Tal vez seamos cobardes e intuimos que si existe un próximo encuentro, ya no nos podremos separar...
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