17/2/07

Hermanos - Ana María Reyes

Era uno de esos días en que no tenia nada que hacer, ni ganas de haber hecho algo.

Caminaba por la calle 19, en Bogotá, viendo libros en los puesticos azules que había entre las carreras décima y séptima. Estaba cerca del cajero automático y aproveché para sacar plata, ya que me la había pasado comprando mecato para comer todo el día, y me había quedado sin un peso. Metí la tarjeta,marqué la cantidad que necesitaba y al recibirla, guardé el dinero en el bolso.

Ese día había estado especialmente elevada y furiosa con el mundo porque desde que me había levantado había peleado con todo el que se me había atravesado en mi camino y para colmo de males, la carta que estaba esperando, no había llegado. En fin, seguí caminando pensando en ir a visitar a un amigo que vivía por allí cerca, cuando sentí un tirón en mi bolso y a alguien arrancándomelo del hombro.

Mi primera reacción fue susto y luego rabia. Pero una rabia atroz, brutal. ¡Maldita sea, mi bolso!, ¡AYUDENME, MI BOLSO! Gritaba pero a nadie le interesaba. Maldita gente, pensé y salí corriendo detrás de ladrón.

Yo nunca fui veloz, pero la 19 es una avenida concurrida más por peatones que por carros a ciertas horas del día, y, para mi fortuna, esa era una de esas horas.

Mi ladrón chocaba con la gente y sin querer, me habría paso a mí para seguirlo a él. ¡Devuélvame mi bolso, si quiere le doy la plata pero devuélvamelo, ayúdenme! Gritaba una y otra vez.

El, a veces miraba para cerciorarse si todavía lo estaba siguiendo, y , efectivamente, le estaba pisando los talones en un sorprendente e inexplicable despliegue de velocidad.

En eso llegó al semáforo de la tercera. ¡Dios mío! No estaba en rojo sino en amarillo. Como siempre sucede en Colombia, el semáforo amarillo no es para ir parando, sino para acelerar. Un conductor no vio a mi ladrón, y allí, al frente mío, sucedió todo.

El muchacho vio de repente al carro y frenó. El conductor vio de repente al muchacho y trató de frenar. Pero ambos esfuerzos fueron en vano. Un golpe seco, el muchacho se elevó, cayó sobre el carro, y luego sobre el pavimento. Todavía tenía mi bolso en su mano. Yo me acerqué corriendo, tomé mi bolso y miré a mi ladrón. No se le veía bien la cara por la sangre que salía de la herida de la cabeza. Estaba todavía consciente y una de sus piernas se encontraba en una extraña posición. Me miró como suplicándome, ¡ayúdeme!. La gente comenzaba a amontonarse, como suele suceder cuando ocurre un accidente, pero obviamente, nadie para ayudar. De un momento a otro, me invadió la ira. Enfurecida me puse de pie y los miré a todos con odio. ¡Ustedes son unos morbosos, vienen a ver sangre y lo disfrutan, lárguense! Grité. Permiso, me voy a llamar a la policía. Me abrí paso a codazos y empujones, entré a una tienda y pedí el teléfono prestado. Estaba dañado, como cosa rara, según dijo la empleada de la caja. ¡Muestre! le quité el teléfono y estaba bueno. La miré con mi acostumbrado desprecio del día y llamé a la policía.

Salí de allí dispuesta a no saber nada más del asunto, pero no pude resistir la tentación de volver la mirada hacia el tumulto. Oí gritos de alguien que decia: ¡pobrecito, se muere!

Maltida sea, pensé otra vez. Nadie lo ayuda y lo estarán ahogando de nuevo, pero no es mi problema. No resistí. Me introduje entre la muchedumbre a empujones y atropellando hice que el círculo a su alrededor se ampliara.

Me arrodillé a su lado y él todavía estaba consciente. Me miró agradecido y volví a sentir rabia. Ese día la rabia era hasta ese momento, mi única emoción. Lo miré y me di cuenta de que no tenía zapatos, se los habían robado. ¿Cómo podía ser posible? Me enfurecí y a gritos eché a todo el mundo y los amenacé con sacar un revolver y darle bala a todo el mundo. No me imagino por qué se me ocurrió tal barbaridad, pero funcionó. La gente corrió despavorida Quién sabe qué cara de demente tendría en esos momentos, pero con certeza, si hubiera tenido un arma, sabe Dios, qué habría sucedido. Me volví hacia el muchacho y vi que sonreía débilmente y la sangre se le metía por la boca. Sentí un poco de náuseas pero traté de sonreir. Me quité el saco, y le limpié lo que más pude su cara.

Tenía una cara bonita. Se parecía a un hermano que.... bueno, a un hermano. Debía tener como 18 años, corte de cabello moderno y ropa fina. Era alto, pero muy delgado. Empecé un monólogo. No era que le hablara a él. Hablaba sola. "¿Por qué me robaste, ah?¿Por qué? No pareces un vulgar ladrón, ni un gamín, ni un mendigo. Tus zapatos eran finos, y tu ropa también". El sólo me miraba. "Me iba a ir, ¿sabes? Porque no tenías derecho de robarme. Odio a los ladrones. Tenía un hermano que me robaba, ¿sabes? Me ponía furiosa cuando me daba cuenta de que me faltaba dinero y siempre lo acusaba a él. Una vez lo acusé delante de todos sus amigos, y en esa ocasión no había sido culpable. Me sentí muy mal ese día y el resto de los días desde que se mató en su moto. El maldito vicio".

Sin darme cuenta había empezado a llorar. Nunca había llorado a mi hermano. "Era un loco, ¿sabes? Un loco que como tu, robaba quien sabe para qué. Mínimo para comprar vicio o licor. Porque si hubiera sido para invitar a una amiga, seguro le habría pedido plata a mi papá. El siempre mentía, y se llevaba el carro a escondidas. Pero también era tierno,¿sabes? Un día hizo algo malo y le dejó una nota a mi mamá en el congelador que decía: Mamita, te quiero mucho. Mi mamá siempre lo perdonó".

Para ese momento ya no era mas que un mar de lágrimas. Lo miré y él también lloraba. "¿Por qué me robaste? ¿Por vicio?" . Miré sus manos y eran delgadas y estaban manchadas en las yemas de sus dedos. Cicatrices en las muñecas como si hubiera tratado de suicidarse alguna vez. La nariz enrojecida. Había encontrado la respuesta. Vi en su rostro  vergüenza. "¿Quién eres, por Dios?". Busqué en vano su billetera. Si alguna vez la había tenido, se la debieron haber robado mientras yo hablaba por teléfono. Miré por todos lados. Allí estaban algunos papeles tirados. No se habían llevado nada, porque no tenía plata. Encontré su licencia de conducir, su cédula y la foto de una muchacha muy linda que decía por detrás "para que no me olvides". Para ese momento el muchacho estaba semi inconsciente. Guardé los papeles en uno de sus bolsillos y en ese momento, llegó la ambulancia y la policía. Lo colocaron en una camilla y cuando lo iban a introducir a la ambulancia, me agarró fuerte de la muñeca. "¿quien es usted?" preguntó uno de los policías. Miré a mi ladrón otra vez, y con la vista fija en sus ojos, respondí "SOY SU HERMANA".

No hay comentarios: