“Él era hermoso. Hermoso a la manera clásica. Muchos jurarían cuando lo ven que una estatua griega bajó de su pedestal. Bello y varonil, pero muy consciente de su propia belleza. Vano y vacío. Superficial. Una pintura que caminaba. Claro, ¿qué importa a esa altura ser espiritual o cultivado? Con la belleza siempre basta. Con belleza se suple cualquier carencia”...
Inútil tratar de razonar con alguien que piensa de esa manera. Laura sabía que era imposible que Damián le hablara siquiera. Por eso se conformaba con observarlo de vez en cuando y cruzarlo en algún pasillo de la oficina. Laura sospechaba que él se burlaba de ella. Obvio, su sobrepeso no ayudaba. Así y todo no le importaba. Por verlo soportaba inclusive las miradas socarronas y los comentarios en clave con un dejo hiriente. Devoción era la palabra que ella utilizaba con mucha frecuencia.
Eran casi las 8 de la noche de un viernes. La jornada había sido agotadora. Demasiado trabajo, muchas idas, venidas y bueno, ganas de terminar el maldito día de una buena vez. Los pasillos estaban desiertos y todas las oficinas vacías. Llamó al último ascensor del piso. Era el que estaba más cercano. La puerta de acero inoxidable se abrió y allí estaba Damián. Laura se ruborizó, pero no podía volverse. Haciendo coraje entró y trató de no mirarlo a los ojos. Se apoyó contra la pared opuesta a la que él ocupaba y fingió mirar los papeles que llevaba.
- Hace calor aquí... - comentó él. Siempre que se cruzaba con ella trataba de ser amable. Era lo que su conciencia le dictaba después de burlarse cruelmente de ella a sus espaldas.
- Perdón - dice ella, como desentendida.
- No, hablaba del calor... que hace mucho calor.
- No me di cuenta - respondió ella con una sonrisa.
Él la miró mejor. No era fea la gordita. Bonitos ojos y una agradable sonrisa. Lástima de figura. Cintura inexistente, pero debía reconocer que tenía unos piecitos encantadores, las sandalias le quedaban bonitas. Nunca le había mirado los pies.
De pronto el ascensor dió un corcovo. La luz se apagó y volvió a prender, pero la máquina se detuvo entre el piso 5 y 6. La expresión de Damián fue de genuino terror y Laura también sintió la boca seca y un vacío en el estómago.
- ¿Qué fue eso? - preguntó él, pálido como un papel.
- Se trabó, parece que quedó entre dos pisos.
El se sentó con la cabeza entre sus manos. Respiraba con dificultad. Laura lo miraba sin entender demasiado.
- ¿Qué te pasa, Damián? - dijo ella, mientras se agachaba a su lado.
- No me gustan los lugares cerrados - confesó él, un tanto avergonzado.
- ¿Sufrís claustrofobia?
- NO!, bueno... no me gustan los lugares así, si sé que no voy a salir en pocos minutos.
Ella no pudo evitar una sonrisa. Era lindo encontrar una quebradura en la coraza de él. Lo hacía humano. Y le encantaba que fuera un poquito neurótico también.
- Por favor, no tengas miedo. Supongo que en unos minutos nos abrirán la puerta - Laura presionaba el botón de alarma.
- Es fin de semana, la gente se habrá ido toda ya, son casi las 8 y media. - La cara de él reflejaba desolación y estaba pálido.
-Me siento yo también, no tiene caso estar de pie. Se sentó junto a él. Le preocupaba un poco su aspecto descompuesto y su pérdida del control.
- Lamento no poder ofrecerte nada.
Él la miró desconsolado y su expresión lo desarmó. Era increíble ver al ganador vencido y aterrorizado.
- Quédate tranquilo. No te preocupes. Cerra los ojos y pensa en cosas agradables.
Él la miró, abrió la boca y la volvió a cerrar.
- Si, ya sé que es una tontera lo que te dije, pero... no se me ocurre otra cosa, lo siento.
El se acerco más a ella. Ella no se alejó, dejó que se aproximara más. Una larga pierna rozaba la rodilla desnuda de ella.
- Querés apoyar la cabeza en mi hombro... - sugirió ella. Él la obedeció como un nenito de jardín.
- Gracias - atinó a decir él, mientras respiraba con gran dificultad. - De repente comenzó a mirar hacia los lados y el techo - ¿Y el aire?
- ¿Qué pasa con el aire?
- ¿Se acabará? - Laura la miró incrédula.
- Mirá la ventilación funciona, no creo que nos asfixiemos aquí.
- ¿Seguro? Siento que las paredes se me vienen encima.
Ella se sacó un zapato de tacón alto y comenzó a golpear la puerta.
- ¡Ayuda! - decía. Uno, dos, diez golpes y nada. Damián seguía clavado al piso. Su expresión cada vez era de más pánico. Sudaba copiosamente. Su camisa azul estaba empapada de sudor. Se desanudó la corbata.
- ¡Damián cerrá los ojos! - exclamó Laura. No quería que él se desmayara.
Obedeció una vez más. Poco a poco dejó de respirar pedregosamente. Comenzó a relajarse.
- Vamos a estar mucho tiempo acá, así que más vale te calmes, sino, terminamos mal - imprimió una nota de autoridad a su voz. Se volvió a sentar, esta vez frente a él.
- Ya sé que no soy lo mejor de la empresa para quedarse encerrado en un ascensor un viernes a la noche - dijo ella con sarcasmo -. Pero, lo siento, es lo que hay.
Él la miró como sin entender.
- No sé que hablas...
- Yo sé que no soy Cindy Crawford... ni siquiera Cindy Lauper... a eso me refiero. Seguro que si esto te hubiera pasado con alguna minita del cuarto, estarías en la gloria.
- Lo dudo - dijo él -. Seguro que ella iba a estar más histérica que yo. Ahora que lo pienso, no conozco a nadie que maneje las situaciones como vos.
- Y eso ¿que es?, ¿un halago?
- En realidad no sé que es -. Su rostro cada vez se ponía más pálido.
- Damián, por favor, controlate... No quiero que te descompongas. No sabemos cuanto tiempo tendremos que estar acá y...
- ¿Y que? - preguntó con un hilo de voz.
- Y no quisiera oler vómito por diez horas tal vez...
Damián lanzó una carcajada. Pocas mujeres lo hacían reír. Increíblemente, la gordita tenía un excelente humor. Poco a poco, el malestar se iba disipando.
- ¿Dije algo gracioso? - dijo ella con voz ofendida-. No intentaba ser cómica.
Él la miró a los ojos. Profundos y oscuros. En realidad nunca la había mirado bien. Con esa luz parecía una pintura. De pronto él se levantó y se sentó a su lado. Le dió un rápido beso en la mejilla.
- ¡Gracias!
- ¿Por qué?
- Me estoy sintiendo mucho mejor. Y todo gracias a vos.
Laura lo miró con desconfianza. No sabía que era mejor. Si histérico o ahora, cariñoso.
- Damián, estoy cansada. Quiero dormir un poco, por favor... Se acomodó como pudo en un rincón del ascensor. Se sacó las sandalias y el saco y lo acomodó de almohada. Él la observaba, con expresión pensativa.
- Mirá, no creo que nos "rescaten" dentro de las próximas 8 horas. ¿Por qué no dormís un poco?.
- Dormí vos, yo no tengo sueño.
Ella no respondió, cerró los ojos y se acomodó mejor. En el ascensor reinó el silencio, lo único que se oía era la música funcional Damián se estiró, cerró los ojos, los abrió. No tenía mucho que hacer. El sueño era esquivo y todavía sentía un poco de opresión en el pecho. Se dedicó a mirar a Laura.
- "No está mal la gordita" - pensó -. "Tiene una piel hermosa". Estiró la mano y tocó su pantorrilla, Una imagen se representó en su mente: "terciopelo".
La blusa subía y bajaba, acompasadamente. No tenía botones, se cerraba con Velcro. Una idea cruzó por su mente. Con un dedo, como distraídamente abrió un par de velcros, dejando ver el corpiño de encaje rosa. La piel de sus senos invitaban a ser tocados, bueno, no exactamente a eso... Sonriendo, deslizó un dedo juguetón por la orilla de la piel que contenía el encaje. Llegó a la unión y dejó su dedo allí, descansando, mientras la miraba a la cara. De pronto, ella abrió los ojos. El no sacó la mano, sino que amplió la sonrisa que colgaba de su rostro.
- ¿Damián? - ella lo miraba asombrada.
- ¿Sí? - contestó con naturalidad.
- La mano.
- ¿Cual? - la respuesta de él era risueña. Pero, su mano seguía en el mismo lugar. Ella miró su mano y luego su expresión jocosa.
- Debo confesar algo... hasta hoy no me di cuenta que eras muy linda.
- ¡No me jodas, por favor! - dijo ella fastidiada y le sacó la mano de mala manera.
- Estoy hablando en serio - dijo él, con expresión dolorida.
- Mirá, no sé que es preferible... si tonto o nervioso. Creo que te prefiero con ataque claustrofóbico.
- ¿Qué pasa, no te gusto?
- Claro que me gustas, no es eso... es que soy yo la que no te gusto a vos.
Él la miró. Realmente se quedó sin argumentos, no supo contestar.
- Nadie te obliga a ser caballero, ni a fingir lo que no es - ella fue tajante.
- ¡Que sabes vos lo que yo quiero! - contestó él - Sabes que difícil es buscar una mujer y encontrar solo muñecas... lindas, pero sin cabeza.
- Eso es lo que sos vos también. Un muñeco Ken... no te quejes si te tocan todas las Barbies - irónica fue la respuesta de Laura.
El se ofendió y le dio la espalda. Se acostó mirando la pared y ella se tiró a su lado... Hacía un poco de frío y bueno, el cuerpo necesita de calor. Pronto, los dos cayeron en un reparador sueño. Con el correr de la noche, ambos se abrazaron. La blusa de Laura se abrió... claro, el velcro no es lo más recomendable para mantener una reputación.
Esa mañana, cuando abrieron el ascensor los de mantenimiento encontraron a una pareja abrazados amorosamente y durmiendo como angelitos.
- Dolores, ¿te enteraste la última?
- No, ¿cuál es, Teresa?.
- El viernes por la noche, un ascensor se quedó trabado con Damián y la gorda de Contaduría... ¿Cómo se llama?
- Laura.
- Bueno, quedaron encerrados en el ascensor TODA LA NOCHE, cuando el portero y los de mantenimiento abrieron el ascensor la vieron a ella sin su camisa y abrazados, dormidos. Imagínate la noche de pasión que pasaron.
- Ester ¿que hizo?
- Bueno, el lunes, cuando se enteró, lo llamó y le preguntó qué había pasado. Él le dijo que nada, que no pasó nada, pero igual que no quería que se vieran más.
- ¿Me estás diciendo que él la dejó a ella?.
- Como lo oís... él la dejó a ella. Y ahora dicen que anda suspirando por los rincones por Laura. La llama, hasta le mandó flores, y ella nada.
- ¿Cómo? ¿que Laura no quiere salir con Damián?
- Exacto. Tiene la desfachatez de rechazar al mejor tipo de toda la Compañía... ¿Quién se creerá esa que es?