16/2/07
Tonos grises - Ana María Reyes
La dualidad. El eterno dilema del ser humano: Lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo, lo grande y lo pequeño, lo suave y lo áspero, lo concreto y lo abstracto, lo sublime y lo maldito. Todos ellos posibles únicamente en la existencia de su opuesto. Imposible no tener todos un poco de ámbos. Imposible no ser los dos al mismo tiempo. Pero el ser humano escoge y se apropia de uno solo de ellos, olvidando que bien escondido, en un recóndito rincón de su ser, se halla siempre el otro.
Tal como sucede con lo masculino y lo femenino. Él, lo masculino, representando la fuerza, el coraje y la acción. Ella, la feminidad, representando la ternura, la sumisión y los sueños. Pero, ¿quién podría negar que dentro de sí tiene un ser invencible y otro frágil al mismo tiempo?, o ¿un atrevido y un prudente?. ¿Quién cuando se siente desolado no siente la necesidad de ser acogido y consolado, para después convertirse en valiente salvador?. Y, ¿quién puede negar que, camuflado detrás de una buena acción, alguna vez fue un malvado conspirador?. Nadie.
Y ese es el discurso que motiva a Eva, dama aparentemente recatada, fina y educada, pero tras las puertas una apasionada del sexo y enamorada de cada centímetro del cuerpo masculino, para adentrarse en los laberintos misteriosos de la dualidad. Eva, la de los placeres suaves o contundentes. Eva, la de los impulsos o los eternos discursos racionales, un día, encontró dentro de sí misma, que llevaba un macho dentro, encerrado en un nicho oculto en su cuerpo de mujer.
Y el cuerpo de Eva se encuentra entonces con la necesidad de nuevas experiencias y sensaciones, y su mente empieza a tejer fantasías entre miedos y deseos inconclusos. Pero es algo más que una necesidad. Es un impulso imperioso que viene desde su centro y se desborda por su cuerpo. Y es así como empieza a ingresar poco a poco, sigilosamente, casi disimulada, en la piel y los deseos de otras mujeres, sintiéndose halagada de ser ansiada no solamente por el sexo masculino, sino también por la suavidad y la sinuosidad de una mujer. Y se siente necesitada de tocar una piel sedosa y cálida como la de ella. Porque quizás en el fondo su obsesión es saber, cuál es el placer que un hombre percibe de su sensualidad y recibe de su ser netamente sexual. Y encontrar por qué es capaz su piel, su olor, sus manos, sus curvas acentuadas, sus cavernas húmedas y ardientes, su caminar, su manera de tocarse el cabello, su forma de sonreír y de mirar, de despertar el deseo de poseerla y ser poseído por ella.
Toma cartas en el asunto. Eva se viste de tentación, y ahora, más mujer que nunca, sale a buscar sin saber a ciencia cierta qué va a encontrar. Y es como ser virgen otra vez. La invade ese miedo a lo desconocido como cuando empezaba a dejar de ser niña, y no sabía si decidirse a tener sexo por primera vez. Pero aquellos fueron otros tiempos, cuando la virginidad era un tesoro cuidadosamente guardado para el hombre de sus sueños. Ese hombre que ahora sabe que sólo existió en su imaginación juvenil. Esta vez Eva ya conoce el sabor del placer. Pero el miedo continúa allí. ¿Miedo a qué? A comprobar lo que siempre ha sabido: que es un ser ambiguo, dual, indeciso, y que quiere todo para sí.
Sí, porque no se está abriendo a las puertas de la homosexualidad, sino que está a punto de adentrarse en los territorios de la sexualidad completa. Ha llegado el momento de cerrar el círculo. Esa ronda eterna que une en un punto indefinible a los opuestos. Y comienza a buscar. A indagar en terreno seguro, ese que vive en el mundo de las palabras pero no de las acciones. Porque ahí detrás de los actos, siempre hay un alma que siente y una mente que racionaliza. Se siente como un explorador en tierras nuevas e inicia su labor de investigación. Empieza leyendo y empapándose de información por todos los medios posibles preguntando sobre sentimientos y sensaciones, mirando mas allá de los rostros e indagando sobre su propia sexualidad.
Su imaginación se puebla de fantasías nuevas, y se siente otra mujer, ahora más completa que nunca. Empieza a darse cuenta que detrás de muchas de aquellas que se han adentrado en el mundo opuesto al que sus genes las han programado, hay mucho dolor y necesidad inmensos de ser aceptadas. Que viven en un mundo casi oculto, o velado a los demás, a sabiendas de que no son consideradas "normales" y que, en el fondo, son perseguidas por aquellos que siguen únicamente lo que su naturaleza biológica y lo socialmente aceptado estipula como "correcto".
Sabe ahora que su sensualidad puede ser percibida sin fronteras, por un hombre o una mujer, y reconoce al fin que siempre ha disfrutado de ser admiradora y admirada, independientemente del género de su objeto de deseo.
Y encuentra que pertenece a ese mundo matizado de grises, lejos de ese otro donde el blanco y el negro están separados por un abismo insalvable: El mundo de aquellos que aún creen que solo existe "lo bueno o lo malo".
Ya no tiene dudas. Su miedo se transforma en impulso vital y éste cobra vida propia. Ahora, sólo es cuestión de tiempo.
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