Su voz es aguardentosa, llena de aristas. Pero dice cosas maravillosas. Todas las noches, desde hace un mes Susana recibe su llamado. Ya lo espera. 11 y 44 minutos el aparato suena y ella atiende, expectante.
- Hola dulce - es su saludo.
- Hola - responde ella, agitada.
- ¿Esperabas mi llamado?
- Claro... ya estoy acostumbrada a tu voz... a tus palabras.
- Estabas muy linda hoy, te queda muy lindo el cabello así...
- Pero, entonces vos me ves - afirma mas que pregunta.
- Claro, todos los días. Creo que en realidad vos no me querés ver a mí...
-...
- Conozco todos tus pasos, cuando entras, cuando salís, que perfume usas. Lo único que no conozco es el tacto de tu piel, pero, apuesto debe ser maravilloso.
Ella cuelga, asustada. Ese juego ya no le estaba gustando demasiado. Quién era ese tipo que la llamaba todas las noches y que sabía tanto sobre ella. Esa noche las pesadillas la atormentan. Ve manos que la tocaban mientras se baña y ojos que la espían mientras se viste.
Esa mañana promete ser una bazofia. Cuando termina de vestirse las únicas medias sanas que tiene se le agujerearon y finalmente tiene que cambiarse toda y ponerse un pantalón que odia.
Su jefe le grita todo el día y realmente no hace nada bien. Finalmente cuando llega la hora de irse, sale tan apresuradamente que se olvida las llaves en el cajón del escritorio. Por suerte se encuentra con su amiga Teresa en la puerta del edificio.
- Tere, menos mal que te encuentro, como una infeliz me olvidé las llaves de mi casa en la oficina.
- Loca, menos mal que tengo una copia de la llave, sino, esta noche dormís afuera.
- Tenes razón, pero es que anoche no pegué un ojo.
Suben en el ascensor mientras Susana le comenta su día. Cuando entran al departamento de Teresa encuentran a Leandro comiendo un sándwich y mirando televisión.
- Hola hijo... ¿alguna novedad? - dice Teresa.
- Hola vieja... ninguna.
- Nos preparas algo de lo que estás comiendo.
Mientras Leandro se dirige a la cocina repara en Susana.
- Che, Su, que cara...
- Es que hay un caballero que le quita el sueño - el tono de Teresa suena burlón, mientras se sienta en el sillón y tira los zapatos por el aire.
- Así que te movieron el piso... ya tuviste una noche de lujuria y vino, entonces - pregunta Leandro, mientras se apoya en el marco de la puerta de la cocina con los brazos cruzados.
- De nuestras bocas no saldrá una palabra hasta que no nos traigas algo de comer.- Susana dice, mientras le masajea los pies a Teresa.
Leandro entra a la cocina y sale pocos minutos después con un par de sándwichs. Se los alcanza y se sienta frente a ellas sobre la mesa ratona.
- Cuenten, locas.
- ¿Por que tanto interés, Leandro? - interroga Susana.
- Soy muy chismoso... dale, vieja, largá...
- Nada, lo que pasa es que desde hace dos meses...
- Uno, exagerada.
- Lo que sea, hace un tiempo que la señora aquí presente tiene un romance digamos... telefónico.
- Susana, vos también con Internet !!! - exclama el chico, falsamente escandalizado.
- NO NENE, QUE INTERNET!!!! - dice Susana, tentada. - Es telefónico, me llama todas las noches.
- Y anoche le dijo algo que la asustó un poco.- agrega Teresa.
- Me dijo que todos los días me ve. Tengo miedo que sea un obsesivo. O que me esté persiguiendo.
- Mirá si es un psicópata que busca asesinarte - Teresa pone la nota siniestra, con la boca llena.
- ¿Y no sabés nada de él, entonces...? - interroga Leandro.
- Nada... absolutamente nada... no tengo idea de quien puede ser.
Repentinamente Leandro se levanta, toma la campera de jean del perchero y abre la puerta del departamento.
- Chau viejas locas... - al saludo sigue un violento portazo.
- ¿A dónde... ? - las palabras quedan flotando en el aire.
- ¿Y a éste qué bicho le picó? - pregunta Susana.
- Desde que Juan Bautista se fué está intratable. Tiene 17 años y piensa que se las sabe todas, que las conoce todas. Yo no lo puedo dominar, además, me parece que tiene una historia con una minita, de un tiempo a esta parte está muy misterioso.
- ¿Supiste algo de tu ex? - pregunta Susana.
- Bueno, la última noticia que tengo es que está saliendo con una brasileña de 26 años. Ahora se le dio por las exóticas. ¿Y el tuyo?
- Por suerte hace rato que no sé nada de él... lo último que me hace falta hoy es su mordacidad...
- Hablando de hombres, ¿viste al nuevo vecino?
- Claro, vive en el departamento contiguo al mío - dice Susana.
- Está bien, muy bien... tiene una barbita candado que le queda... mmm... como para comérselo con dulce de leche.
- No te curás más vos.
- Claro, ojalá que nunca me cure. Espero tener 80 años y andar tras jovencitos. Y ese bomboncito con barba ¿trabaja?
- Si, debe ser marchante o restaurador de cuadros, siempre está entrando y saliendo con pinturas.
- ... Hasta es inteligente y ayer lo escuche hablar. Tiene una voz divina...
Las dos se miraron
- ¡BINGO! - grita Teresa - es él. La voz tiene que ser él.
- ¿Vos crees? - Susana es un poco más prudente.
- Cuanto hace que se mudó.
- Cosa de un mes y medio.
- Vive cerca, ¿te ve seguido?
- Bueno, vive al lado.
- ¿Que voz tiene?
- Maravillosa.
- YA ESTÁ... es nuestro hombre... mejor dicho, TU HOMBRE - Teresa salta en el sillón, como una niña.
Susana sale del departamento de su amiga y se dirige a su propio departamento. Se cruza en el pasillo con su vecino que lleva un gran lienzo debajo del brazo. Él la mira con una sonrisa, apoya la pintura contra la pared y extiende su mano.
- Nunca nos presentamos formalmente. Mi nombre es Andreu.
- Susana - dice ella, a su vez.
- Un nombre muy dulce.- comenta él, como al pasar, mientras busca en su bolsillo las llaves y vuelve a cargar la pintura.
Una alarma suena en la cabeza de Susana. Dulce era el password, ES ÉL. Se queda petrificada en el pasillo, mirándolo fijamente. Él la mira extrañado, mientras abre su puerta.
- Hasta luego,... un día de estos podemos ir a tomar algo - la invitación fue de compromiso.
- Bueno, ya sabés donde vivo. - intenta ser graciosa.
Él cierra la puerta con una mirada de curiosidad en sus ojos y ella se queda en el pasillo observando la puerta un segundo. Enseguida recobra la cordura y entra a su departamento, insultándose a sí misma.
- Que boluda!!! Como puedo ser tan boluda - arroja la cartera violentamente en el sillón.- Si esta noche no me llama era él.
Esa noche estaba resignada a no recibir su llamada, sin embargo puntualmente sonó el teléfono.
- Hola dulce -
- Pensé que hoy no me llamarías.
- ¿Por qué? - "está disimulando", piensa Susana. " No quiere que me dé cuenta que ya sé quién es"
- Estuve pensando que ya es hora que nos conozcamos.- dice él.
- Sería bueno, ya que estamos en desigualdad de condiciones. Vos sabés quien soy yo, pero, yo ignoro todo de vos.
- Lo que pasa es que soy muy tímido. Por eso ruego que cuando nos veamos nunca hablemos de estas charlas telefónicas. Me avergüenzan mucho.
- ¿Por qué?
- En realidad nunca llamé a un número equivocado, sabía con quién estaba hablando.
-¿Todo el tiempo sabías que era yo? Es muy halagador de tu parte.
- Si, pero no sabía como acercarme... Sos una mujer muy... como decirlo,... ¿impresionante?
- Muchas gracias, no creo merecer tus halagos.
- ¿Conocés Quilme's Bar?
- Claro, ¿en el centro?
- Mañana a las 9 ¿está bien?
- Por mí, excelente.
- Hasta mañana, hermosa.
Susana cuelga en una nube rosa y mullida, con una gran sonrisa en los labios.
Esa mañana se levanta totalmente excitada. Se descubre sonriendo como una quinceañera en la espera de su próxima cita. Repasa todo su guardarropa y nada la satisface, entonces llama a Teresa por teléfono y le pide que la acompañe a comprarse ropa nueva.
Teresa se ríe de su amiga, y mientras ella se prueba vestidos y conjuntos le enumera los posibles candidatos a ser "La Voz". Asegura que el candidato puesto es el portero, un individuo un tanto siniestro que colecciona Playboys de los 70. Su amiga insiste en un vestido negro y escotado, pero ella se decide por algo más sencillo y a su estilo, un pantalón negro de gross y una suave camisa transparente color lacre.
Después una larga sesión de masajes y una cita en la peluquería. Mientras le arreglan el cabello se observa en el espejo y piensa "Susana, tenés 34 años y estás actuando como una pendeja, sería mejor que pisaras un poco la tierra". Pero, como lo que estaba viviendo es demasiado hermoso, se olvida la prudencia y sigue pensando en la voz, ya con la cara de su vecino Andreu.
Llega a las 6 de la tarde y pasa por la casa de su amiga Teresa. Toman mate juntas, hasta que Susana ve que se le hace tarde.
Mientras abre la puerta se choca con Leandro que entra.
- Susana, que bonita - dijo el chico.
- Es que hoy es el Día D - grita Teresa desde la cocina -. Hoy conoce a la voz misteriosa.
- Entonces suerte, y que sea quién vos esperas - dice Leandro con una sonrisa.
Eran pasadas las 8 y 30 de la noche, si no se apura, iba a llegar tarde. Llama al ascensor y en este iba Leandro. Está muy elegante, con su abundante melena oscura peinada hacia atrás y lleva un traje.
- Hola, Leo... que elegancia. ¿Vas al centro?- pregunta mientras aprieta el botón de planta baja cerca de 10 veces.
- No, en realidad... voy para... Recoleta.
- Lástima, voy atrasada, sino te tiraba por allá.
- Está bien... gracias de cualquier manera.
Salieron del edificio y se despiden con un fugaz saludo, mientras ella para un taxi.
El viaje es rápido y llega con los minutos contados. Entra al bar y ve dos banquetas vacías en un costado de la barra. Mira a su alrededor y no reconoce a nadie. Se sienta y se entretiene colgando su cartera en un pequeño perchero.
- Hola - una voz conocida cerca de su oído. - ¿Estás sola?
"Era él" ella no puede creer su suerte. "Tere tenía razón, Andreu era la voz".
- Bueno, en realidad ya no - contesta ella, coquetamente.
Él se sienta en la banqueta cercana y pide un par de cervezas.
Leandro se apura. El haberse encontrado con Susana le había arruinado los planes, le hizo perder minutos preciosos, tuvo que dar un rodeo para despistarla y por eso se había atrasado tanto. Finalmente se asoma al vidrio del Quilme¥s Bar para ver si la veía y la vió... sentada junto a un hombre que le resultaba vagamente familiar. Hablan con las cabezas muy juntas y se ríen muy íntimamente. Una oleada de celos envuelve a Leandro. Apoya la frente en el vidrio y se insulta mentalmente.
- Imbécil, llegaste tarde... solo te queda llamarla esta noche y pedirle disculpas.
Andreu no creía su suerte. Su vecina actúa de una manera rara pero, definitivamente está dispuesta a cualquier cosa... inclusive a llevarlo a su propia casa. Fué una suerte encontrarla por casualidad en ese aburrido bar cervecero. Bueno, nada cuesta tirarle una onda a ver si se podían ir juntos.
- Que te parece si... ¿nos vamos? - pregunta él.
Ella que está agradablemente achispada por la cerveza, acepta. Salen y caminan un par de cuadras.
- ¿En tu casa o en la mía?
Ese comentario causó mucha gracia a Susana que no para de reírse. Su reacción la avergonzó un poco.
Minutos después bajan en el edificio y se dirigen al departamento de ella.
- ¿Querés un café? - ofrece gentilmente.
- Después - dice él, abrazándola.
Ella estaba esperando esa respuesta. Desea que él la tome en sus brazos. Finalmente la abstinencia iba a terminarse. Caen abrazados en el sofá, demasiado chico para albergarlos. Andreu la arrastra hasta la mullida alfombra. Con expertas manos la libera de su blusa transparente y su sostén, mientras la besa en el cuello y termina en el nacimiento de sus pechos.
Pronto ella ve desaparecer su ropa. Una oscura fiebre se apodera de ellos. Gimen como animales heridos. Ella está sobre él y le pasa una lengua rosada de gatito alrededor de su barba. Él suda de puro gozo. Desnudos, tirados en la alfombra. El suelo ofrece la resistencia justa a su pasión. La leve borrachera de Susana se desvanece. Está embriagada por las emociones que la embargan. Su partenaire es un amante sabio y avezado en hacer gozar a una mujer. Sus gemidos lo enardecen, hacen hervir la sangre de Andreu. Realmente es una tigresa esa mujer que le cayó del cielo. Hizo que lo montara y siente su calor interno. No puede creer que su vagina fuese tan cálida y tierna. Y lo que empezó como suaves embestidas termina en una cabalgata furiosa y desenfrenada.
De pronto, el teléfono comienza a sonar... Él murmura una maldición, pero ella reacciona agitadamente. Sin soltarse del todo, estira su cuerpo delgado y elástico y toma el inalámbrico de la mesa ratona, mirando el reloj pulsera.
- Hola - gime, más que dice.
- Hola dulce - suena la voz conocida.
El teléfono se desliza de su mano...
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