17/2/07

El perfecto espacio ámbar - N.L.

Nota: Como llegué a esto después de oír Space Oddity y Ashes to Ashes, no lo sé. Si ustedes tienen idea, por favor, cuéntenme. Gracias a Spinetta y a Bowie, que escribieron sobre lo mismo sin copiarse.


¿Que sucedería si de repente todo lo que conocemos, todo nuestro entorno, hasta como pensamos y como vivimos se vuelve ajeno a nosotros? ¿Ser como el capitán Beto*, que un día fue al espacio... y nunca más volvió? ¿ O ese astronauta, el Major Tom*, de la canción de Bowie, que luego fue un yonkie?

¿Por qué lo perfecto es tan inquietante...?

Alfredo esa mañana no reconoció a la mujer que tenía a su lado. La miraba y no encontraba nada que le indicara quien podía ser. Se suponía que la conocía, ya que estaban durmiendo juntos.

Le calculaba 38 o 40 años, la piel oscura, dedos largos y ahusados. Desconocía el color de sus ojos. Suponía negros o marrones. No era su tipo, definitivamente. Levantó la sábana y la observó. Llevaba una camiseta negra y unas calzas hasta la rodilla. Se levantó de la cama y fue hasta el espejo...

¡Tampoco él se reconocía! Él recordaba ser alto, de piel clara y no ese señor bajito, de bigotes y un poco pelado. Miró la habitación. Se volvió a mirar y entró en un espiral de pánico.

- "Debo estar loco" - pensó mientras se pasaba la mano por su "nueva cara".

Un ruido apagado llegó desde la cama. Su "esposa" se estaba despertando. Ella levantó la cabeza de la almohada. Él vio sus ojos, color ámbar, que le daban una expresión siniestra.

- ¿Qué haces levantado tan temprano? Estamos de vacaciones.

¡El no recordaba ni que tuviera un trabajo!

- Me desvelé... querida - contestó Alfredo.
- Vení, que son recién las 7. Todavía podemos dormir otro rato. Los chicos también duermen. No los despertemos.

El se metió en la cama. Ella lo abrazó. Alfredo no sabía que hacer con las manos. La mujer lo miró con una expresión dolida en el rostro.

- ¿Te sentís mal?
- No,... mi amor - evitaba usar su nombre. Claro, ¡no lo sabía!
- Estás muy raro, Mario - dijo ella.
- ¿Qué? - Alfredo no recordaba llamarse Mario.
- Dije que estás raro. ¡Parece que no supieras dónde estás!
- ¡Cómo se te ocurre! - dijo él. Tenía miedo de terminar en un manicomio.
- ¿Por qué no me llamas por mi nombre?
Él comenzó a sudar, su pelada se cubrió de humedad... dijo lo primero que se le ocurrió.
- Lucía.

Ella lo besó y lo abrazó más. "Parece que acerté" pensó él. Ella cerró esos ojos inquietantes y se durmió. Él no se sentía cómodo pero igualmente cerró los ojos y se puso a pensar en su "vida actual". Nada, no había nada. Era como si su vida se hubiera "reseteado". Solo recordaba los ojos de su mujer. Le resultaban vagamente familiares. No tenía idea de dónde y cómo. Él quiso zafarse de su abrazo, pero ella protestó y lo agarró más. Además, le producía un leve "rechazo". No entendía bien... de repente, mujer, hijos, hasta una barriga incipiente y una pelada.

De pronto los chicos irrumpieron en la habitación. Eran dos varones, uno de 10 y otro de 6 o 7 años. Cabello oscuro y los mismos ojos color ámbar.

- ¡Hola pa! Dijo el más chico.

Lucía abrió los ojos y sonrió a sus hijos. Ellos saltaron a la cama y se metieron entre los dos. Estos chicos no podían ser hijos suyos. Nada le decía eso... no había "llamado de la sangre", ni nada.

Finalmente, después de unos minutos de vida "familiar", se levantó y dejó a los chicos y su mujer en la cama. Salió del cuarto sin saber a dónde dirigirse. No se acordaba de la casa... él tenía en mente otro tipo de construcción y disposición de los cuartos. Dejó que sus instintos lo guiaran y llegó al cuarto de baño. Allí, bajo las luces blancas pudo observarse mejor. Ya no era quien recordaba. El se sabía joven (tal vez menos de 30 años) y atractivo. Alto. Pero, el espejo le devolvía otra imagen. "No debo pensar tonterías, esto es un sueño". Nuevamente salió del baño y se dirigió a la cocina... Sus pies lo guiaban, ya no pensaba demasiado. Su cuerpo conocía el camino, aunque sus ojos y su mente no reconocieran el sitio. Buscó algo para vestirse, se puso lo primero que encontró, un viejo buzo de gimnasia color tierra.
En la cocina, abrió la heladera y sacó la leche. Tuvo una idea, necesitaba salir de la casa urgente, vació el contenido del sachet en la pileta de la cocina y le gritó a su esposa.

- Lucía, salgo a comprar leche, se terminó. Ella le replicó que había en la heladera, pero el ya estaba en la calle.

Miraba todo con curiosidad. El barrio donde vivía era todo igual... Las casas bajas, tenían pequeñas diferencias, pero, en lo básico mantenían un parecido fantasmal. Algunas estaban pintadas de rosa, otras de verde agua, la suya era blanca, todas tenían una cerca, un caminito, un buzón...

Se cruzó con su vecino de la casa más cercana. El tipo levantó la mano en un gesto de saludo. Alfredo lo miraba asombrado. No era posible. El hombre que vivía en la casa contigua se parecía mucho a él. Tal vez unos años mas joven, mas todas sus características físicas eran iguales. Bajo, de pelo oscuro y piel oscura. Digamos, de la misma etnia, entre armenia y latina.

Miró a la casa de al lado y vio fugazmente a su vecina por la ventana. De más está decir que era igual a esa mujer con la que estaba durmiendo esa mañana. No la asumía como esposa.

Continuo caminando... Las calles se sucedían, iguales, pero con ligeras diferencias. Todas tenían nombres de pájaros. Mirlo, Gorrión. Después de caminar un par de cuadras encontró un almacén. Entró allí y un hombre muy parecido a él (cuando no) lo saludó afablemente.

- ¿Cómo le va, Mario?
- Bien, un poco cansado. Necesito leche.

El tipo se la alcanzó con una sonrisa. Metió la mano en el bolsillo. ¡Se había olvidado el dinero!
- Disculpe, debo estar dormido, salí sin plata.
- No hay problema, lo anoto y después arreglamos.

Alfredo se quedó mirando al almacenero. Los ojos de él... iguales a los de su "familia". ¿Sería posible que fuera el único que tenía ojos oscuros en esta ciudad?

Siguió caminando. Debía por lo menos enterarse en que ciudad estaba... Caminó unos cuadras, todas iguales, con ligeras diferencias. Se detuvo frente a un chico que vendía diarios. Recordó que no tenía dinero. El chico parecía conocerlo. Lo saludó amablemente y le dio uno de los periódicos.

- Gracias, me evita llevarlo a su casa, Sr. Mario.

Parecía que todo el mundo lo conocía. Comenzó caminando y mirando el diario.

- ¿CLARIN? - se dijo - un fogonazo de recuerdos lo inundó.

Lo extraño era que no era lo que él recordaba. Había noticias, pero por suerte (o desgracia) todas las noticias eran buenas. Un periódico raro. Cumpleaños, fiestas sociales... Caras sonrientes, todas casi iguales. En apariencia no había crímenes, en este lugar nadie robaba. Los flashes le traían una ciudad inmensa, llena de gente, ruidos de bocinas, autos, smog. Eso era otro recuerdo claro y su nombre... Alfredo.

- ¿En qué ciudad estoy? - dijo en voz alta.

Una mujer que pasaba cerca de él lo miró sorprendida. El se avergonzó. Siguió buscando en el diario un indicio. Por fin lo encontró. Buenos Aires.

- ¡Esto no es Buenos Aires! -aulló en plena calle.

Ese tipo de comportamiento era inaceptable en esa ciudad de mutantes. La misma mujer se cruzó de vereda y comenzó a caminar rápido.

Entró en su casa como una tromba. Su esposa lo esperaba con una sonrisa colgada del rostro.

- ¡Hola mi amor!
- Hola - fue su respuesta seca. - Tomá la leche y el diario.
- Mi vida, Mario, ¿que te pasa?
- Nada, es que no entiendo algunas cosas.
- ¿Cuáles?
- Por ejemplo, que no me acuerdo muchas cosas... ¡Buenos Aires no es esto!
- Mi amor, Buenos Aires siempre fue así, agradable, tranquila, limpia. De allí su nombre.
- No la Buenos Aires que yo conozco. Esta ciudad es chata, igual. Mientras decía esto observó su reflejo en un pequeño espejo que colgaba de la pared. Sus ojos se estaban aclarando. Se quedó como de piedra. No era posible lo que veía. Ahora viraban al ámbar.

Su mujer pronto olvidó esa conversación y continuó su trajín diario, sin darle demasiada importancia, era como si no lo hubiera oído. Sus hijos entraban y salían, jugando a la pelota. El no se sentía bien, decidió acostarse. Tuvo un sueño que lo llenó de horror. El no era él, era otro, el Alfredo que recordaba. Alto, de piel blanca. Soltero, 30 años. Vivía en un departamento en el centro de la ciudad de Buenos Aires. Y la ciudad era como la recordaba, ruidosa, sucia, peligrosa, encantadora. Salía con una mujer rubia de cabello largo. Ese era él y no ese señor de edad madura y esa era Buenos Aires y no esa ciudad estática y aterrorizante.

Su sueño fue inquieto... cuando despertó, estaba envuelto en sudor. Se sentó en la cama y se sacó la parte de arriba del buzo. Agua corría por su espalda.
Fue hasta el baño y miró sus ojos. Más claros. Cada vez más claros. Atemorizado, apagó la luz y volvió a mirarse. La ausencia de luz hacían ver a sus ojos fosforescentes. Se puso el buzo transpirado nuevamente. Fue a la cocina. Su esposa estaba sentada frente a la t.v. Sus hijos jugaban en el patio.

- ¿Decime que está pasando? - la increpó él.
- Nada mi vida, ¿que pasa?¿Los chicos están haciendo mucho ruido?
- No, no es eso... que es lo que pasa acá. Yo no soy yo... yo soy otro.
- Mario, estas cansado... deberías dormir...
- No quiero dormir, allí están mis miedos. Estoy atrapado en esta ciudad que no es Buenos Aires, casado con vos, que nunca te vi... y con dos hijos que no son míos. Mirá mis ojos, esta mañana eran marrones y ahora son iguales a los tuyos. ¡Toda la ciudad tiene los mismos ojos!

La mujer comenzó a sollozar. Quiso abrazarlo. Él la rechazó de plano.
Miró sus ojos en el espejo, ya estaban totalmente ámbar. Desesperado, salió a la calle gritando... Sus hijos lo siguieron, asustados. Se colgaron de sus piernas... Él se sacudió hasta que cayeron en la calle. Su esposa lloraba, desconsolada. Y él gritaba todo el tiempo: Alfredo, es Alfredo. Esta no es Buenos Aires.

Él siguió gritando una hora. Contó todo, quien era, dónde vivía. Sus vecinos lo observaban horrorizados, su esposa gritaba de miedo, junto a él. Sus hijos huyeron a su casa, a esconderse. Él quedó allí, una persona atrapada en otro cuerpo, un cuerpo y vida ajenos. Mientras, los patrulleros venían calle abajo...


* Capitán Beto: Los anillos del Capitán Beto, canción de Luis Alberto Spinetta.
* Major Tom: Space Oddity de David Bowie. En Ashes to Ashes se lo menciona en el estribillo.

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