Todas las mañanas se cruzaban en la puerta del edificio. Ella salía, él entraba.
Ocho de la mañana, ambos puntuales. Él, altísimo, delgado, con un mono azul de mantenimiento, cabello largo, rubio, lentes de marcos pesados. Ella, pequeñita, delicada, uñas pintadas, perfectamente maquillada. Vestía siempre trajes sastre de corte impecable. Su cabello castaño, largo hasta los hombros, encandilaba con su brillo.
-Hola- cruzaban al unísono.
Generalmente ella sostenía la puerta para no parecer maleducada y él gruñía un antipático "gracias" entre dientes.
Y por la noche sucedía lo mismo. Rara vez ella llegaba de trabajar más tarde de las 9 y él salía de casa a esa hora. Se repetía la operación: puerta-saludo-gruñido y cada uno a lo suyo.
Ella entraba a su casa y le daba de comer a Feliz, su gato, luego bebía algo (generalmente una gaseosa). Después se desnudaba y tras un baño ligero, se ponía la bata y cocinaba algo para cenar.
Cenaba sola. No tenía muchos amigos y su último novio formal la dejó en agosto del 97. Ella le gustaba a los hombres, pero, como decía siempre "era un libro de filosofía con bellas tapas". Buena encuadernación, pero por dentro, demasiado difícil de entender. Realmente no la preocupaba demasiado, a veces la soledad no es tan mala como parece. Un libro, una película son mejores compañeros que un estúpido que se cree inteligente y que para más Inri hay que celebrarle las bromas sin gracia e interesarse en sus aficiones, llámese: fútbol, autos, Pamela Anderson (ja), trabajo, compañeros de trabajo, jefe y la lista sigue, sigue...
Bueno, de todos los especímenes que conocía, los peores son los que se creen muy sexies. Esos tipos que viven bronceados los 365 días del año, como tratando de demostrar que viven en un eterno verano, usan caras fragancias importadas sin alma y para rematarla, se creen la gran cosa, el premio gordo para cualquier mujer. Pero, lo peor son las fragancias, son un muestrario de perfumería. Como si las personas cambiaran de olor permanentemente y no tuvieran uno reconocible. Eso le enfriaba las feromonas a cualquiera. Y todo esto para tener un orgasmo una vez cada muerte de obispo (y de obispo importante!!!)
Definitivamente, su video le da más satisfacciones. Una buena película la acompaña y siempre está Feliz para amarla y darle cariño. Solitaria era una palabra que le queda chica... definitivamente es una ermitaña. Ni siquiera le interesa el sexo. A veces, un apretón de manos la erotiza más que esa especie de danza primitiva que algunos insisten en bailar, aunque no sepan los pasos, ni tienen oído musical.
Su última pareja era uno de esos "sexies" que se acercó a ella en la pose de "a mí me gusta tu interior". A la cuarta vez de verse y después de una sesión de sexo bastante pobre, ella decidió que no lo vería más.
-No creo que sea buena idea que nos volvamos a ver - dijo ella, mientras se vestía y él la miró sin entender demasiado.
- Como? - dijo él, con expresión estúpida - Te juro que nunca me pasó esto antes - se excusó él - lo que pasa es que estoy muy cansado.
- No es por eso, es que la verdad me aburrís un poco... realmente a veces me gusta un tipo que escuche más y hable menos boludeces - contestó ella, mirándolo a los ojos.
- Sos una flaca histérica - contestó él, mientras se ponía los calzoncillos.
- Bueno, mi vida, lo mío se quita con comida... - respondió ella, irónicamente. El se fue con un violento portazo.
Su última relación terminó así. Bueno, a veces es preferible, a soportar a alguien monotemático y aburrido.
Terminó de ver la película que daban por cable y se fue a la cama, abrazando a su gato...
Él llegó a su trabajo, era técnico de mantenimiento, pero en computadoras. Usaba el mono azul de obrero como un chiste privado. El mono azul lo volvía invisible, nadie reparaba en él, de esa manera, un mono azul lo convertía en "El Mono Azul". Eso le permitía observar sin ser observado... Convertirse en un hombre "invisible".
Él eligió el horario nocturno. En la empresa le rogaban que fuera de día, pero él prefería ese horario. Tranquilo, podía leer lo que quisiera y no dar demasiadas explicaciones de sus actividades. Solía entrar a Internet y bajar información sobre culturas milenarias. Su vocación frustrada era la antropología. Disfrutaba leer sobre diferencias culturales y su ídolo era Alfred Wallace, el verdadero padre de la teoría de la evolución. Aunque reconocía que el cabrón de Darwin ayudó mucho, no le tenía mucha simpatía.
Las noches eran tranquilas, servían para leer, para dedicarlas a él. Y como pocas cosas pasaban de noche, era como si en realidad nunca trabajara... Solamente una vez cada dos horas dejaba su cómodo cubículo y miraba como andaban los procesos, que ninguna máquina se cayera y que todo funcionara sobre ruedas. Cuando finalmente lo relevaban llevaba leído varios capítulos, con notas y todo.
Ahora estaba interesado en los maoríes. Llevaba dos meses de investigación sobre sus diferentes costumbres, en especial sobre las danzas rituales que efectuaban antes de la guerra que era su forma de rezar y su manera de alabar a los dioses.
Se acercaba la hora de salir, su relevo vendría en 15 minutos. Guardó todos los libros en su mochila y dio una última vuelta por el centro de cómputos.
Era las 7 de la mañana cuando su compañero llegó, cruzaron un rápido saludo y él se fue...
Ella miró la hora en su reloj pulsera. Era casi las 8 menos dos minutos de la mañana, si se demoraba más llegaría tarde. Se puso las botas, sin reparar que uno de los tacones estaba flojo.
El ascensor tardaba, decidió bajar por la escalera, casi corriendo.
-"Maldición - pensó-, justo ahora el tacón de la bota se pone a bailar".
- Bueno, ya casi llego - abrió la puerta, cruzándose otra vez con su vecino, con tan mala suerte que el tacón se quebró definitivamente. Ella cayó al suelo, pegándose un fuerte golpe en la cabeza, desvaneciéndose. Él la miró, shockeado. Por fin, soltó la mochila y la alzó en brazos.
-"No pesa nada" - dijo a sí mismo, En realidad, él no sabía que hacer con esa mujer desmayada.
- "La llevo a casa, después veo" - Cargó su mochila como pudo sin soltarla. Subió a su departamento y la dejó en la cama, mientras le abría la blusa y le sacaba los zapatos.
No pudo evitar darse cuenta de la suavidad de su piel y de la belleza de sus rasgos. Demás está decir que la vida social de él era bastante pobre, por sus costumbres y su modo de ser. La experiencia con las mujeres se limitaba a algunas novias de muy jovencito y ahora sus horarios no le permitían ninguna relación seria y fija, descontando que su aspecto tampoco ayudaba mucho y que las mujeres que le gustaban lo ignoraban.
Pensó cuando fue la última vez que una mujer estuvo en su cama y no lo recordaba... seguramente, nunca. Ja, y una belleza como esa... Nunca la había mirado bien, parecía la Bella Durmiente allí en su cama, con la blusa abierta y esos piecitos de delicados dedos.
Juntó coraje y se acercó a ella, le revisó la cabeza y encontró un tremendo chichón. Fue hasta la heladera y buscó hielo, tenía que bajarle ese golpe y además, hacerla reaccionar.
El ruido de la puerta de la vieja heladera la despertó... Se sobresaltó, viéndose con la blusa negra abierta y mostrando el corpiño de encaje color violeta. Se cerró la blusa rápidamente y buscó sus botas para calzarse. En ese momento, él entraba con el hielo.
- ¿Qué me pasó? - preguntó asustada cuando vió a su vecino acercarse con una bolsa de goma. -Tenía la blusa abierta.- Él le alcanzó la bolsa con una sonrisa. Ella hizo un gesto de dolor cuando movió la cabeza.
- Te caíste, se rompió tu bota y te golpeaste la cabeza. Realmente no sabía que hacer para reanimarte... leí en algún lado que la ropa ajustada debe aflojarse. No fue mi intención ser grosero.- comentó el ruborizado.
Ella miró su reloj pulsera y vió la hora.
- Faltan 10 minutos para las nueve... mi Dios, a mí me echan...
- No podés ir a ningún lado con ese golpe...
- Pero...
- Yo llamo explicando que te golpeaste la cabeza, quedate tranquila, van a entender... o que te manden un médico.
- Me prestarías el teléfono, llamo yo.
Él le alcanzó su celular y la dejó sola. Cerró la puerta de la habitación. No sabía que hacer, seguramente ahora que ella se despertó iba querer irse a su casa y él no estaba seguro de querer que se vaya.
Fue hasta un armario y sacó la ropa de entrecasa, en el baño se cambio. Se puso un jean viejo y una camiseta de la UCLA, iba descalzo. Salió cuando ella irrumpía en su living.
- Mirá, ya te molesté bastante... me voy a casa, ya me disculpé en el trabajo, gracias...
- No, a mi no me molesta que estés aquí, además, el golpe fue muy fuerte, no tendrías que estar sola.
- Quién te dijo que estoy sola? - preguntó ella, un tanto picada...
- Nadie, disculpame... - respondió él, realmente avergonzado.
- No, perdoname vos a mí, si, vivo sola, bueno, sola con mi gato.
- Como prefieras, si tenes ganas de quedarte, quedate... yo no tengo problemas - dijo él mientras se ataba el cabello en una cola.
Ello lo miró con diferentes ojos, realmente no estaba tan mal con el pelo recogido, y sin ese horripilante mono azul que lo hacía parecer un mecánico de autos.
Las paredes del departamento estaban cubiertas de libros y grandes cantidades de National Geografic se amontonaban junto a una silla cercana a la puerta.
- Me gusta la antropología - dijo él a modo de disculpa.- El desorden en esta casa es crónico.
- Que interesante, leíste algo sobre evolución?
- Por supuesto... - respondió él, mientras se acercaba a la cocina para hacer café.
Fue un día raro para él, habló con ella más de lo que pudo haber hablado en los últimos 3 años. Cada vez que la miraba a los ojos, sentía que el estómago se le llenaba de mariposas y ella, sin querer, dejó de ver a su vecino del mono azul como un adefesio, le gustaba el sonido de su voz y pensaba que hasta los lentes le daban personalidad.
Poco a poco, cambiaron los tópicos, dejaron la antropología y comenzaron a tocar temas más íntimos, como, que cosas los divertían, que cosas odiaban, lo que hacían los domingos y cuales eran sus comidas preferidas.
Casi sin querer se tornaron íntimos y el ambiente se volvió relajado. Poco a poco él comenzó a sonreír y ella bajó la guardia...
Se besaron con pasión, sin saber lo que hacían. Ella le sacó los lentes y él le besó el largo cuello blanco hasta que quedó borracho de su perfume. La ropa molestaba, pronto, la piel era la única vestimenta y se besaron, mientras él la llevaba en brazos hasta su cama.
Se amaron durante horas... La timidez de él desapareció y ella disfrutaba de su compañía y de sus palabras. El amor después del amor fue placentero, plagado de risas y de caricias.
- Hola Sr. Galíndez - dijo él, llamando por teléfono a su jefe - Si, soy yo, si, todo bien, tuve un problema nada más, lo llamaba para avisarle que pienso tomarme unos días de vacaciones y que cuando regrese, quiero un cambio de horario...
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