17/2/07

Era de Noche - Dammar


Era de noche, estaba solo. Cerró el libro, apagó la luz y se dispuso a dormir. Hacía calor y se destapó un poco, puso una mano en la nuca y con la otra se acarició el pecho como para quitarse una arenilla o una miguita de pan y ya, se entretuvo enredándose con su vello. Un vello suave y esponjoso, que estiraba con dos dedos o aplanaba con toda su palma. Se regodeaba con su propio tacto sobre su vello recordando cómo, tantas y tantas veces, lo había hecho así María. Cuantos momentos de horas conversando habían tenido así, los dos tumbados en la cama, desnudos y notando el reposado y acogedor jugueteo de sus delicados dedos sobre su pecho.

Pensando en ella le costaba notarse a sí mismo, su mano ya no era su mano. Ni su tacto. Sólo sentía su pecho fundido en la sutil mano de María. Recordó otras manos, las de Laura, tan estiradas tocándole el pezón, o las de Patricia con esas uñas siempre lacadas y limadas que le entrecortaban la respiración, o incluso las de Marisa tan tímidas y temblorosas que ni se le acercaban a tocarle. Todas iban pasando por delante como fotogramas, las visualizaba, sí, hasta podía describir sus formas, pero su tacto, su tacto lo había olvidado. Llevaba tan dentro el de María que sin quererlo le salía por cada poro al roce de las yemas de sus dedos. María le había creado una segunda piel que le envolvía y él se recreaba en ella.

Pero ese día no estaba María, estaba solo y quería sentir el placer de su propio tacto y de su propia soledad. La jornada había sido dura, estaba cansado y su lucha interna por asumirse solo y a la vez arropado y abrazado le estaba abatiendo según pasaban las horas. Unas horas largas y oscuras, que acabaron con su desvelo poco antes de que comenzara un nuevo día.

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